Conocí alguno de los elementos característicos de la Teoría Monetaria Moderna (TMM) a finales del siglo pasado cuando visité en tres ocasiones el Instituto Levy. Me refiero a un embrión de la TMM; que es como creo que realmente podemos llamar a la escuela de los neocartalistas del Levy de aquel tiempo. Tenía como integrantes más destacados a Randall Wray, Stephanie Bell-Kelton y Mathew Forstater. Mi afinidad electiva con la institución, la llave mágica que me abrió sus puertas, era H. P. Minsky. Hacía una tesis sobre su Teoría o más bien Visión de la Fragilidad Financiera Sistémica del Capitalismo (T&VFFSC). Que fue leída en junio de 2001 en Madrid. Por tanto, mi encuentro con el paradigma monetario neocartalista fue un efecto colateral de mi investigación principal, a saber, la «visión minskiana del monstruo (=el capitalismo)».
A mi entender, no hay ningún atisbo de cartalismo en los textos de Minsky. Puesto que la escuela neocartalista, que es como la ha denominado Marc Lavoie, plantea de forma sui generis la defensa del Estado y, por ende, de la Sociedad, el Trabajo y la Tierra frente al ataque que les inflige el sistema automático de mercado destructor de la comunidad (K. Polanyi, S. Marglin), el vampírico modo de producción capitalista sediento de trabajo vivo (K. Marx) y el contrabandismo de entropía que da alas al crecimiento económico sin límites medioambientales sine die (N. Georgescu-Roegen). De hecho, la justificación de la imprescindible intervención pública de las economías reales, inestables y frágiles, si se quiere evitar su colapso (y el nuestro con ellas) está presente en prácticamente todos los enfoques económicos alternativos al «Mainstream» por la izquierda.
Me refiero aquí al rasgo suyo diferencial de defensa del Estado desde una concepción monetaria específica. Aquella que en mi tesis denomino «Dinero de Estado». Lo que no sucede, por ejemplo, en Minsky, donde la justificación del Estado es funcional, esto es, lograr reconducir la economía desnortada mediante dos acciones: (a) como Tesoro, gastar sin recaudar impuestos para mantener los beneficios empresariales; y (b) bajo su otra cara de Jano, la oculta del Banco Central, comprar sin límite activos (léase Quantitative Easing) para satisfacer la liquidez de los bancos privados, empresas y familias que surge siempre con la debacle de la estructura financiera que se montó en el boom económico previo (por ejemplo, la crisis financiera de 2008 y la histeria inmobiliaria anterior). En la dialéctica de la T&VFFSC, el crack bursátil y la hecatombe bancaria es precisamente el momento maduro en que vemos la faz verdadera del monstruo, saboreamos, por fin, los amargos frutos de su semilla, y, ¡cómo no!, el mercado está «caput», sin retorno al «equilibrio». Pues, en Minsky como en Keynes, el dinero es un misterio. «It is like corn» decía Minsky. «It is a green cheese», leemos en la Teoría General. Salir de esta indefinición de la naturaleza del dinero es una preocupación propia de la Economía Neocartalista. Aunque lo mismo cabría decir de los autores del Circuito. Existiendo entre ambas escuelas fundamentos monetarios comunes como, por ejemplo, la concepción de que el dinero es o experimenta un proceso de creación-destrucción de carácter contable.
Como un boomerang que de repente me golpea sin aviso, el recuerdo de mi paso por el Levy lo ha hecho volver casi 20 años después, la gran y grata sorpresa que me causa comprobar el crecimiento y la implantación que va logrando en nuestro país y Latinoamérica este paradigma económico alternativo debido en buena medida a la labor extraordinaria que la red MMT España realiza con ímpetu desde hace 5 años. Todo ello impensable cuando escribí estos breves pasajes de una tesis sobre Minsky y la T&VFFSC. Cuando pude dejar constancia aunque sólo fuera de pasada algunas de aquellas teorías que allí oí o leí sobre el dinero y el Estado. Sin duda, con un conocimiento muy imperfecto de ellas e ignorante de cuánto habrían de crecer y fortalecerse en los años venideros aquellos brotes verdes. Así, para comenzar, me parecía a mí que partían de la postura más radical que conozco sobre el origen y naturaleza del dinero. La que considera que es y ha sido siempre un IOU. El texto canónico y original de esta perspectiva era y sigue siendo What’s Money:
Mitchell Innes (1913) ha expuesto con gran lucidez la tesis de que la economía de trueque, entendida como aquella que no usa el crédito en sus transacciones, nunca ha existido en el mundo real: “The labors of modern archaeologists have brought to high numbers of objects of extreme antiquity, which may with confidence be pronounced to be ancient tallies, or instruments of a precisely similar nature; so that we can hardly doubt that commerce from the most primitive times was carried on by means of credit, and not with any “medium of exchange”.
El dinero es y ha sido siempre, dice Mitchell Innes, crédito, por tanto, reconocimiento de una deuda; de ahí que le podamos considerar un tipo particular dentro de la clase de los activos financieros. (pág. 40; 2001).
El dinero es y ha sido siempre, crédito, por tanto, reconocimiento de una deuda; de ahí que le podamos considerar un tipo particular dentro de la clase de los activos financieros.
En lo que creo es una aplicación inmediata del concepto de circuito monetario al «dinero del Estado», los neocartalistas del Levy concluían que los impuestos no son necesarios para financiar el gasto. En el sentido de que al representar éstos el momento de destrucción del dinero deben lógicamente ir después y no antes de la creación del dinero, esto es, que recaudar impuestos sucede después y no antes de efectuado el gasto público. La carga impositiva sería importante, no obstante, en tanto que es la condición necesaria (tal vez no suficiente) para que los agentes privados acepten como dinero el dinero que crea el Estado. Esto es, dirían hoy los economistas de la TMM, para un Estado que es soberano:
Examinemos ahora el poder del Estado sobre los dos momentos del dinero, su creación y destrucción. Si el dinero para el Estado es el dinero de Estado, entonces controlará la creación del dinero en la Economía. Y contará con un poder para destruir el dinero siempre que pueda cobrar los impuestos que desee a las familias y empresas. Observemos que creación y destrucción del dinero de Estado son, en la economía de Estado, respectivamente gasto público e impuestos. Sólo puede definir qué es dinero quien tiene el poder impositivo, porque las familias sólo aceptan dinero si con ello pueden pagar impuestos. En conclusión, la política fiscal es en su totalidad la política monetaria de un Estado que concentra para sí todo el poder sobre el dinero. El Estado que acabamos de contemplar reúne un poder tanto sobre la creación de dinero como sobre su destrucción. Cuando esto se da decimos que el Estado es una unidad. (pág. 142; 2001).
Y, en suma, si el Estado con soberanía monetaria crea el dinero por el gasto y lo destruye por los impuestos, entonces el stock de dinero se produce evidentemente mediante el déficit público:
[…], el dinero se convierte en stock sólo si el Estado tiene, en ese intervalo de tiempo, un déficit presupuestario; es decir, que el Estado no retire mediante el cobro de los impuestos el dinero que ha colocado entre los agentes privados con el gasto público que realizó en ese periodo. (pág. 144; 2001).
En algún momento t del tiempo, al gobierno de la nación podría interesarle, por la razón x que sea, reducir, es decir inutilizar en parte y temporalmente, el stock de dinero que él mismo ha creado. Y que no lo olvidemos es una forma de riqueza del sector privado de la economía. En cuyo caso, la forma más sencilla y correcta políticamente de hacerlo es ofrecer a sus tenedores la alternativa de comprar con ese dinero deuda pública nacional (por ejemplo, bonos de la Victoria en guerra). Pero hay otros medios. Unos, más favorables a los ricos como desmantelar lo público, privatizar, expropiar a los pobres y minorías para luego vendérselo a ellos (activos reales, tierras, inmuebles, etc.) por dinero y aumentar aún más si cabe su poder de clase. Está aún muy reciente en nuestra memoria la ominosa venta de vivienda pública municipal habitada a fondos buitres que realizó la corporación madrileña. Otras, por el contrario, son muy imaginativas, inteligentes y progresistas, como la que propone Keynes en Cómo Pagar la Guerra, que trata simplemente de congelar en el presente parte del dinero y aplazar su uso de modo planificado para un futuro próximo. En el ánimo de esta propuesta keynesiana estaba no mermar el consumo intertemporal de estas familias que ponían los muertos en la defensa de la patria. De haberse efectuado el cobro de impuestos en el periodo 1939-1945 para financiar el esfuerzo de guerra de modo riguroso, como exigen los halcones de las finanzas públicas, se hubiera destruido el consumo futuro que aquel dinero representaba; consumo que, para Keynes, podrían realizar tras ganar la IIGM aquellas familias británicas. De ahí, que no sea tan escandaloso plantear ante la ciudadanía la idea de que la deuda pública no existe para recaudar dinero sino para recolocar y congelar el dinero de Estado previamente creado cuando lo exigen las circunstancias debidamente justificadas. Ni que hay regla del pulgar que valga siempre respecto a su cuantía. Como si una constante del 60% de deuda pública sobre el PIB tuviera sentido alguno. Inglaterra no dudó en elevar ese límite al 260% en las guerras contra Napoleón hasta que lo derrotó en Waterloo.
Como si una constante del 60% de deuda pública sobre el PIB tuviera sentido alguno. Inglaterra no dudó en elevar ese límite al 260% en las guerras contra Napoleón hasta que lo derrotó en Waterloo.
En definitiva, el curso del dinero estatal sucede en realidad justo al revés de lo que se suele oír por todas partes. Puesto que es el gasto público ya realizado el que nos da el dinero imprescindible para si así lo queremos comprar con él deuda pública. Y no a la inversa. La deuda pública no sería una caja registradora sino más bien una nevera monetaria. Esto se ve quizás más claro en el efecto del gasto público sobre el activo del balance de la banca privada y su relación con el pasivo del Banco Central:
En tanto se produce este gasto, aumenta temporalmente la cantidad de dinero del Banco de España en la economía. Parte del mismo puede transformarse en reservas excedentes en poder de la Banca Privada. La destrucción final de ese dinero puede realizarse bien después del cobro de impuestos, o bien mediante la colocación de deuda pública en los mercados, principalmente en la banca privada. (pág 323; 2001).
Es de todos sabido que si un enfoque económico es heterodoxo entonces tratará de la economía real, por tanto, con clases sociales, historia e instituciones características. Si no lo hace, y nos habla de una economía Disney diremos que es Mainstream
Es de todos sabido que si un enfoque económico es heterodoxo entonces tratará de la economía real, por tanto, con clases sociales, historia e instituciones características. Si no lo hace, y nos habla de una economía Disney diremos que es Mainstream. Las instituciones son, por consiguiente, centrales en nuestra teoría del dinero de Estado. Por eso, una cuestión básica para mí, y si no me equivoco también para los economistas citados del Levy, era dilucidar si el Banco Central forma una unidad con el Tesoro. Si son las dos caras de una misma moneda. Es decir, si el Estado es bicéfalo y uno. O si, por el contrario, nuestra política ha generado un entramado institucional que impide o encubre esa acción concertada del Tesoro y el Banco Central. Dicho de otro modo, si la política fiscal se identifica con la monetaria y viceversa o son independientes entre sí. En el leguaje actual de la TMM, lo que yo llamaba unidad del gobierno se denominaría soberanía. Pues, si se niega esta unidad del Estado se estaría negando su soberanía. Un ejemplo muy cercano de marco institucional que quita soberanía monetaria a los Estados es el euro y la Unión Europea. Por eso, no es de extrañar que, desde la misma creación del euro, se haya denunciado desde nuestra parte tanto su estructura institucional fallida como vaticinado su fracaso. Y es por eso que, para la TMM actual, urja la recuperación de dicha soberanía por el gobierno de España. Posición crítica que no ha hecho más que reforzarse ante las experiencias traumáticas recientes de la crisis de la deuda soberana de los PIGS o la vergonzosa intervención y humillación de Grecia:
Aunque en su origen pueda ser una creación del mercado, un agente privado que intermedia entre los bancos comerciales, su poder sobre el sistema monetario le convierte de hecho en una autoridad, pensamos que la autoridad, en caso de aparecer en una economía, no podrá ser más que una. Por ello, vamos a asimilar la figura del Banco Central en la del Estado: bien se convierte en Estado o bien el Estado le cede competencias y lo hace Estado. El Banco Central asume un poder que le corresponde al Estado.
En España, por ejemplo, hasta el final de la peseta, el Estado delegaba su poder sobre el dinero en el Banco de España; pero se reservaba para sí el poder de establecer impuestos. Se suele diferenciar, en una situación así, la política monetaria (la que hace el Banco Central) y la política fiscal (el poder del Estado de recaudar impuestos). Pero está claro que las dos políticas tienen que ver con el dinero de Estado. En nuestra opinión, el dinero del Banco Central es dinero que, a todos los efectos, lo crea el Estado, y, por tanto, deberá considerarse una forma de dinero de Estado. (pág 156; 2001)
Si creemos como propuso H. Arendt (cuyos restos yacen junto a los de su marido en el cementerio del Bard College -que es, coincidencias del destino o tal vez por el carácter del lugar, donde se encuentra el Levy-) que en una Revolución la meta es el origen, entenderemos sin alarmarnos que quienes creen que en el origen fue el Estado quien parió al dinero hagan la propuesta revolucionaria de que si a un Estado, el que sea, le han arrebatado su paternidad sobre la moneda, deba exigirse su restitución. Un paso atrás que es, sin embargo, revolucionario:
Esta intención del Estado de constituirse en un monopolista del dinero puede analizarse desde una perspectiva histórica, política y económica. Puede admitirse como muy probable la hipótesis o razón histórica de que el dinero es una creación del Estado desde su origen hasta nuestros días; hay, por consiguiente, un hilo conductor que debe seguirse con atención desde el dinero al poder y viceversa, el que recoge la cuestión política que subyace en el fenómeno dinero. La moneda, por ejemplo, hasta fechas recientes era, junto a la bandera o el himno nacional, uno de los símbolo del Estado. (pág. 143; 2001)