Lo que da problemas no es lo que sabemos, sino lo que creemos saber con certeza y no es verdad.
Con esta cita de Mark Twain comienza El mito del déficit, el último libro de Stephanie Kelton, catedrática de Economía, asesora de Bernie Sanders y experta en Teoría Monetaria Moderna (TMM).
Hay que dejar claro que, un gobierno no “aplica” o “cambia a” o “introduce” la TMM de repente, sino que más bien es como una lente que nos explica el verdadero funcionamiento de un sistema monetario moderno de moneda fiduciaria, que nos libera de los falsos mitos económicos existentes y de esta manera puede optar por mejores políticas económicas para la mayoría de la población.
El primer mito que desmonta el libro es que, como decía Margaret Thatcher, el Estado no dispone de otra fuente de financiación que el dinero de los ciudadanos, que los extrae vía impuestos o pidiéndoles en préstamo de sus ahorros. El dinero, de este modo, “aparecería” para facilitar las transacciones comerciales entre los agentes económicos privados, y el Estado se quedaría una parte cobrando impuestos.
Pero, realmente, ¿de donde salen el dinero? ¿Podemos crear nosotros los euros? .Los podemos ganar, es cierto, pero las empresas, las familias y las corporaciones locales son usuarias de la moneda, no las emisoras, y para poder gastar primero deben ingresar o pedir en préstamo. En cambio, un Estado con soberanía monetaria elige cuál es la unidad de cuenta, por ejemplo el dólar, es el emisor en monopolio de la moneda y la crea mediante su banco central. La banca privada también crea dinero bajo la supervisión y apoyo del Estado, y tiene la misma aceptación que el dinero estatal.
La composición actual del dinero existente es de un 10% de creación estatal (dinero oficial), del cual un 3% es en billetes y monedas y el 90% restante es dinero bancario (dinero extraoficial). Las entidades financieras crean dinero cuando conceden préstamos, y no necesitan que anteriormente ningún cliente haya depositado dinero para poder prestar, sino caeríamos en una regresión infinita de cómo se introduce el dinero en la economía. Hoy en día el 97% del dinero son dígitos en una pantalla, y se crea mediante un teclado informático.
Por lo tanto, el Estado primero tiene que gastar, creando así el dinero, para luego poder recaudar. Una anécdota que cuenta el economista Warren Mosler es muy clarificadora. Estaba de visita en Pompeya y, cuando el guía turístico mostraba unas monedas, éste explicó que el Imperio debía recaudar aquellas monedas para construir acueductos, formar un ejército, etc. Entonces el economista preguntó que de dónde salían aquellas monedas. El guía le respondió que las fabricaba el Imperio romano. El economista le replicó que si el Imperio las creaba, por qué había dicho que para llevar a cabo políticas de gasto público debía recaudárselas de los ciudadanos. En todo caso, primero tenía que crearlas, después las había de poner a disposición de los ciudadanos, por ejemplo pagando sueldos de soldados, constructores, etc. Y, finalmente, recaudarlas mediante un impuesto. El guía turístico quedó pensativo, y al final respondió que seguían con la visita.
Si el Estado es el creador y el emisor de la moneda, ¿por qué nos cobra impuestos? Los impuestos no tienen como función financiar el Estado, sino hacer que la gente trabaje y produzca cosas para el Estado sin utilizar la fuerza explícita. Cosas como un ejército, hospitales, escuelas, infraestructuras… El Estado quiere nuestras habilidades, los productos que fabricamos, en definitiva, nuestro trabajo, no nuestro dinero. Evidentemente, en el caso de las corporaciones locales, los impuestos sí que sirven para financiarse, ya que son usuarias de la moneda, no emisoras. Paralelamente, este dinero elegido por el Estado y que nos sobra tras pagar los impuestos, pasarían a servir para comprar todo lo que necesitamos para vivir, creándose así el mercado.
Los impuestos generan una demanda de la moneda del Estado y, por tanto, los ciudadanos necesitan la moneda para poder pagar los impuestos. Si no hubiera impuestos en euros, no se podría asegurar que la gente utilizara euros y estuviera dispuesta a trabajar a cambio de euros, o incluso que la moneda tuviera algún valor, ya que otra función de los impuestos es la de controlar la inflación. Otras funciones son la redistribución de la riqueza, la disuasión de comportamientos nocivos como la contaminación, el consumo de ciertos productos, etc.
En resumen, la TMM es una teoría sobre la necesidad de reemplazar una restricción artificial (los ingresos públicos) por las restricciones de recursos reales (la inflación).
La autora explica que los déficits públicos son iguales, céntimo por céntimo, al superávit del sector privado (familias y empresas). No es una teoría, no es una opinión, es la realidad pura y dura de la contabilidad de flujos y fondos estudiada por W. Godley. Siempre que un Gobierno ha logrado un superávit fiscal, inmediatamente después ha dado lugar a una crisis económica.
Fijarse en una cifra de déficit público sin mirar el contexto económico, provoca la realización de políticas económicas erróneas, que provocan mucho sufrimiento a la población. Si hay más de 4 millones de personas paradas y el Estado no hace nada, porque se superaría una determinada cifra arbitraria de déficit, es un disparate con costes sociales e incluso democráticos enormes, como los que acontecieron los años treinta del siglo pasado.
La política fiscal no sirve para intentar que el déficit público sea inferior al 3%, cifra inventada por un funcionario francés, Guy Abeille, en 1981, en menos de una hora y sin ningún fundamento económico. Siguiendo las directrices de la hacienda funcional de Abba Lerner, la política fiscal debe servir para conseguir el pleno empleo y la estabilidad de precios. Una vez se ha conseguido este objetivo, es igual si el déficit es de un 3%, de un 10% o estamos en superávit.
Como el sector privado no ha conseguido nunca el pleno empleo sostenible en el tiempo, la vertiente prescriptiva de la TMM es la puesta en marcha de un plan de trabajo garantizado voluntario, que actuaría como un potente estabilizador económico automático, evitaría que millones de personas estuvieran en paro y, además, ayudaría a combatir el cambio climático, la mejora de infraestructuras, la dependencia, etc.
La pregunta de cómo lo financiamos es más una excusa que otra cosa, ya que realmente la pregunta que nos debemos hacer es si tenemos los recursos reales y el espacio fiscal necesario para llevarlo a cabo.
Considero muy recomendable la lectura del libro para entender conceptos como el déficit, la deuda pública, los impuestos y el comercio exterior desde un punto de vista más objetivo, para saber en qué consiste la soberanía monetaria y las graves repercusiones que implican por un país como el nuestro el hecho de no disponer de esta soberanía.